terça-feira, 3 de novembro de 2015



de LA VOZ INTERIOR
Y cuando Pedro se acostó sobre el lado izquierdo y Lucía sobre el lado derecho, las piernas de ambos se encontraron, uniéndose. Penetrada, sintió en la voluptuosidad de los cuerpos, la imposible apropiación de cualquier hombre, el placer que el placer tiene, la disolución imponderable en sí dispersa pero no pensada. Y en un invisible, pero tremendo rugido, como los ríos que irrumpen de los cuerpos, sin que cualquier representación sea maculada, al sonido de las cítaras, lancinante voz, auge de un placer sin fin, gozo del propio gozo, donde la palabra no existe o se puede callar, Lucía sintió en la piel y en la carne la danza, la engendrada y misteriosa música, la de los cuerpos en todo su ser siendo agarrada , besándose, amándose, o mejor dicho, dispersándose, disociándose, diluyéndose. Y tanto como la primitiva fuerza repleta de tensión, despertando emociones efímeras y ritmos diversos, sensoriales e inesperados, se atenuaban en una inesperada irrupción, plural, improbable, y única. Era la renovación, difícil de saber cuándo empezaban o terminaban, cual nómada sensación en su cuerpo de mujer.

Nenhum comentário:

Postar um comentário